jueves, 11 de febrero de 2021

Papá

 Si no fuera por mi papá quizás yo no llegaba a amar un balón. Si no fuera por el fútbol quizás nunca  llegaba a amar un libro.  Quizás nunca aprendía a escuchar al corazón por sobre la cabeza, a poner a la mente al servicio del corazón. Así es una pared, como esas frases que se devuelven tan bonito, como las que hacíamos jugando juntos, con mis tíos, sus amigos. Muchas terminaban en discusiones, muchas en golazos. Mi papá no los festejaba mucho, dando por descontado que si yo estaba en su equipo teníamos que ganar. Sin decirlo demostraba cuanto confiaba en nosotros. 

En ese fútbol de sábados empecé mi carrera como jugador y técnico. Quizás tenia menos de 5 años y apenas podía cargar la No. 5. Empezaba a darme cuenta que cada sábado se parecía, pero era único, y yo ya amaba los sábados de fútbol con mi papá. Despertábamos escuchando radio deportiva, La Nueva Emisora Central,  conocimiento futbolero para desayunar. En la ducha me enseñaba a sacudir bien el agua del cuerpo antes de secarme con la toalla, un día entendí que eso lo hacía para usar menos toallas, optimizar los recursos, cuidar el planeta. Era ecologista y deportista antes que todo el mundo presuma serlo. Si no había fútbol salíamos a trotar. Después del baño a disfrazarse de futbolista, y en el jeep a conocer nuevas canchas. Los sábados había mucho fútbol, incluso en la tele, en el estadio, un turrón bañado en chocolate, empanadas de morocho, helados de mora que se te pegaban en la lengua. 

Conocí muchas canchas y lugares de mi ciudad así. Los sábados descubrí la piscina del Sena en el centro histórico, el complejo en Pomasqui de LDU, el Rancho San Vicente de la Policía en la Y,  el Colegio Militar de la Orellana. Cada lugar tenia su encanto, desde zoológicos, ríos, quebradas, hasta trucutus con bombas lacrimógenas. También jugaba mi abuelo, algunos primos lejanos, otros cercanos, y los panas de toda la vida. Todos son personajes memorables y queridos de mi infancia.  La jornada terminaba en un delicioso almuerzo en casa de mi abuela, donde el arroz, el ají, y las papas con maní, sabían a gloria. 

Fue mi primer entrenador. El escritor y arquero Camus estaría orgulloso, me enseñó a entender a las personas y al mundo en un campo de fútbol.  Me enseñó con el ejemplo el ñeque, a luchar por no dejarse ganar, ni siquiera por una Peste. También Camus estaría orgulloso de mi papá porque al igual que el Dr. Rieux en su libro La Peste, ha derrotado al virus mortal. Gracias vida, hoy es su cumpleaños, y todos los días sábado. 


No hay comentarios: