miércoles, 10 de diciembre de 2014

Papa Noel: El Redondel del Ciclista

Despertamos por un estallido asustados.  Pensé que estaba en Syria y me llamaba Mohamed, que era una de esas doscientas mil casualidades de esa contienda. Aquí también se dan bala los opositores y los seguidores del gobierno central, pero este estruendo vino de una fuga de gas de uso domestico, que probablemente se acumuló en una habitación hasta no caber más y volar, aqui cerca del estadio Atahualpa.

Las alarmas rompieron en llanto, los ventanales en añicos, cayeron al piso a las seis y cuarenta aproximadamente, mientras me acordaba donde vivo, quien soy.  Me acordé de ese librito (librazo) azul y naranja que habla de poetas y guerreros chinos de O. Paz, que me hace pensar a Confucio confuso:  La ciudad se parece tanto a la forma de vivir que seguro hay un arte que lo evidencia como una cacofonía. Podría ser el arte de la guerra de Sun Tzu, de la China de la pólvora, del premio y castigo moralista de Confucio. Rechazo esto como el poeta Chuang-Tzu, al que le repugnaba la arrogancia de aquellos que saben lo que es bueno y lo que es malo, instaurando el régimen del terror de la rigidez de conceptos, esa que formó el ideal de sociedad, esa del progreso que funcionó dos mil años. La otra opción es la del poeta Chuagn-Tzu, que planteaba una sociedad de seres ermitaños, oscuros, regida por la naturaleza y sin miedo a la muerte, fuera de la guerras de la polis, imposible.

Afuera de la casa soportamos el pasar de los autos a toda velocidad como en zona de guerra, volquetas, motos que pitan, perros callejeros y caseros, con el evento todo multiplicado por diez con curiosos, vecinos en pijama, el helicóptero de la policía sobre volando el área, sirenas de bomberos como música de fondo, ese sol que sale perezoso a las ocho.


Las escaleras del mirador bajan desde la calle Guanguiltagua hasta la Avenida Eloy Alfaro en un parque lineal de unos trescientos metros ubicado diagonal a la calle Correa, la que sube adoquinada desde el estadio. Las gradas donde el legendario boxeador ecuatoriano La Cobra Buitrón entrenaba con tobilleras de cuero con pesas subiendo y bajando mil veces desde la Av. Eloy Alfaro. 


Estaba lleno de curiosos y canales de televisión por el edificio donde el estallido sucedió. Confirmo que al bajar ya no hay tanta vista como cuando La Cobra entrenaba, y los pecho rojo volaban en bandada.  Quito era otro, una maravilla mundial de verdad.  Ahora se bloquea el cielo o se dinamitan montañas por todos lados para construir algo moderno, funcional para los autos, y la ciudad que está en guerra con su pasado, se está gentrificando. 


El redondel del ciclista era más que una geometría obsoleta para el mundo moderno, ese monociclo (escultura) gigante que uno veía la llegar a la ciudad rompía con todo el paisaje y el caos de una ciudad producto, nos daba esa breve ilusión que el auto(combustible) no es el ser supremo en la ciudad, sobrevivía esta guerra con arte.