domingo, 29 de abril de 2012

El fin del mundo

Por más que uno gane (tenga), siempre quiere más. Esa ley es el escudo y excusa del mercado para generar nuevas necesidades de compra, al asociar felicidad con consumo. Y a pesar que en el fútbol esta emoción no se puede comprar, muchos lo intentan, aunque al fin siempre hay que ganarla en la cancha, ganando. A veces un club gana tanto que la alegría del triunfo es su único combustible. Se ha creado una dependencia.

El fútbol de Messi y sus compañeros revolucionó ese sentimiento, ganar con alegría es realmente triunfar. Es preciso lo que dicen la mayoría sobre el F.C. Barcelona. No fue solo el mejor de los últimos tiempos.  Iniesta mencionó sobre Guardiola que él cambió el fútbol moderno, por lo tanto un poco al mundo, pero no tanto. Siendo el Barca mas que un club de fútbol, igual lo fue.

El efecto Hawthorne parece entraba en juego cuando todo el mundo los observaba. Era posible sin delanteros declarados o volantes de gran musculatura, todos de baja estatura, eran imbatibles. Goleaban, ganaban, levantaban copas. Goleaban, ganaban, se divertían con Shakira, levantaban copas.  Hasta que un día se acostumbraron a cambiar la historia, y la productividad bajó.  La mirada permanente mutó de motivación a estrés. La historia del mundo, caprichosa, no permitió que se diviertan a costa suya.

Condenado por factores propios de tanto éxito, Guardiola se levantó un día pensando no quiero cambiar más al mundo. Se despidió sereno en un momento en que su valor del mercado sigue intacto, altísimo, dejando la impresión que la historia de alguna manera se repite. El mundo ganó, los románticos del fútbol perdieron.