martes, 2 de septiembre de 2014

Hombre Nuevo

Por eso el Avila se fue a Australia. Porque en la tienda se cola en la fila un tipo con zapatos blancos con taco mientras una señora quiere pagar todas las cuentas de la familia que anotó en un cuaderno pero no entiende. Esa vez Ecuador jugaba y fui en el medio tiempo a la tienda para despejarme, despegarme, pero volví peor. Pensaba caminando de regreso de la tienda, se fue a Australia ese pana porque aquí la gente es una mierda y no respeta. Somos una mierda. Subimos autos a las veredas, Nos colamos en la fila de la tienda, del banco, en la parada del bus, nos peleamos entre peatones, ciclistas, autos, vecinos, taxistas sin vuelto.

Pero no es necesario irse al otro lado del planeta. Quizás es solo Quito el problema, una ambigua metrópoli pueblo. Uno pasa el primer peaje fuera, la gente ya no es tan de mierda. Uno para en Salcedo por un helado, bota el palito en un basurero en forma de payaso, sonriente. En la tienda se respeta la fila, que ni hay, ni alguien pagando cuarenta cuentas de luz, teléfono, agua, ni tipo con zapato de taco bajo blanco.


Hay que renovarse como Wellington Sanchez, jugador longevo con cuarenta que juega a gran nivel en nuestro balompié y es parte de la noticia grata del momento de nuestro torneo, tan venido a menos, tan en la mierda, que dan ganas de irse a Australia y ganarles cuatro a tres después de haber ido perdiendo tres a cero, por soberbios, por mierdas, en el primer tiempo. Porque cuando a uno se le muere un ser querido se siente tan salado que necesita un baño de agua bendita como esa de las cascadas que llevan nuestras penas saladas al mar.


Quizás el ¨viejo Willie¨ se bendijo con esa mística ancestral que vierten las cascadas alrededor del Tungurahua y por eso es un jugador nuevo, un hombre nuevo, el mushuc runa, que como el árbol más viejo da buena sombra al resto. Desafiando a la lógica del mercado como un árbol grande con raíces fuertes en una zona urbanizada. Quizás Wellington se renovó fuera de Quito, una ciudad moderna, donde todos tenemos auto y nos peleamos por las veredas con los peatones, nos gritamos, o las alarmas gritan, y nos colamos en la tienda saturada de gente que trabaja en oficinas de edificios que reemplazan a las casitas antiguas y con árboles con hormigón y espejos. Quizás esa veneración a la experiencia que la naturaleza nos enseña cuando las viejas orugas se convierten mariposas que vuelan en el tiempo es la que cerca de las cascadas le dio un último gran aliento a Wellington, le recordó que es de la generación de hombres nuevos que nos llevó al primer mundial en el futurista 2002 de Japón y Korea, que nació de la primera gran cantera de nuestro fútbol, esa que vio nacer otros árboles con raíces imponentes.


Pero pienso en mi barrio, en los viejos que se han ido, en el fútbol de hoy, ese que desecha a los veteranos como las ciudades a los árboles. Recuerdo con miedo a lo desconocido, el momento en el que vi al Tungurahua escupir fuego dos veces rugiendo, al recibirme, al despedirse, al recordarme el agua de la cascada renovadora, los árboles y los hombres viejos, inútiles para el fútbol, para la vida moderna.