jueves, 3 de noviembre de 2016

Harta Pelota

Es imposible no quererlos tanto. Su respiración con el latido sigiloso, parecería que siempre miran por primera vez, unas pupilas como agujeros negros, como la piel de la galaxia. Es una ridiculez amarlos, pero son un universo cada uno.

Recordé anoche con una historia relatada en la oscuridad como se despidió de mi el finado que recordaba. Era mi sangre, como me dijo ese borracho que me pidió plata en el centro comercial el otro día sin que yo sepa exactamente quien era. Pero todos somos nuestra sangre, corremos en las venas de la existencia roja, el mismo color de la sangre de un jabalí, un pájaro, o el mejor amigo domesticado. Se encontraba este mismo, precisamente fuera de mi casa, con sus cejas parecidas a mi difunto, al lejano primo hijo de la hermana mayor de mi madre, no les conté a los caminantes. Estábamos en la caminata cuando les contaba, se fue de este mundo temprano y con algo de apuro, pero lo disfrutó como esas vidas que tienen los cachorros, tan del momento, tan alegres. El cachorro se duerme después del juego y es un ciclo que se cumple, en su sueño está vivo como seguro esta mi primo en su sueño celestial. En esa ocasión, el perro que encontré fuera de mi casa al día siguiente de la muerte de mi primo, que se cayó en un avión en las montañas, pudo ser el mismo despidiéndose desde esas cejas desordenadas y pobladas como las de sus abuelos, con esas pupilas negras que parecía veían tu interior, cuando en efecto si lo hacían.

Recuerdo a mis difuntos como amigos, mejor aún, amigos en estado puro, esos que juegan, que se divierten con una pelota, con hartas, que se jactan de la belleza del desorden, del orden de las cosas caóticas en la vida aburrida, esas que revolucionan un día un pensamiento, como cuando miras a la muerte con un respeto diferente, con una conversación en la madrugada de esas sinceras con la belleza, con la de existir y no, con la de ser y poseer, con la que nos topamos dando vueltas por nuestros barrios de la infancia, en la mente o en los pies que buscan caminar, encuentran senderos y personas para llenarlos, animales que nos recuerdan que no somos el centro de esta historia, que se comparte con un infinito de cosas que no sabemos, como esas despedidas o encuentros con los seres queridos que se han ido, que regresan.