domingo, 7 de mayo de 2023

Aprendiendo a perder

 


 

Nos sorprendió a todos esa mañana, cómo cuando hacia esa bicicleta a la antigua, cómo que pedaleaba hacia atrás, pero salía por delante.  Vuelvo, pero voy, no sabes por donde estoy. La calidad es simple. Ese regate fue uno de los primeros que me deslumbraron de niño. Casi nadie hacia fintas en mi país, esos trucos eran cosa de brasileros o argentinos. Algunos años después leí que el fútbol es un juego de engaños, magia, ilusiones, cómo ganar o perder.  Pensé en mi tío Manuel. Ya no estará en la alineación de los sábados, el crack, el mayor de los siete hermanos.  Sus medias chorreadas te desafiaban a darle una patada en la canilla, avisando que esa era la única manera de pararle. Espalda erguida, hombros tirados para atrás, sacando pecho, su postura transmitía que la pelota está en buenos pies, a salvo. Era de esos jugadores que ven todo un poco antes que el resto. Quizás por eso decidió hace muchos años no manejar un automóvil, y caminar la ciudad. Driblaba al estrés y se mantenía sano. Entendía la complejidad del juego. Jugaba y vivía con nobleza. No necesitaba dar una patada o alegar para que lo respetaran. Humillaba y deleitaba con golazos, con pases maestros.  Últimamente ya no asistía tanto, los años habían pasado, ponía su rol de buen abuelo, esposo, padre, por delante. Arrastraba lesiones, los buenos siempre reciben hachazos. Su sola presencia los sábados nos subía el nivel a todos. Las veredas también disfrutaron sus movimientos elegantes. Al igual que en las canchas se movía con gracia por Quito, saludando con una sonrisa a los muchos que le reconocían su talento y don de gente. Pudo llegar muy lejos, se formó en el San Roque de mitad del siglo pasado, aprendió y paseó su fútbol en las calles empedradas y canchas arenosas de un centro histórico de antaño. Es uno de esos jugadorazos mito, los que uno escucha habrían sido mejor que cualquiera de los consagrados. Esos jugadores que por cosas del destino no llegaron, como se dice en el fútbol, pero nunca se irán tampoco.  Su perdida no hace más que alimentar la leyenda de los mejores del barrio. Nunca aprenderemos a perderlos, mientras los recordamos.