jueves, 28 de abril de 2016

Wabi Sabi

Apenas me dijo su nombre se me olvidó. Lo juro fue instantáneo, como un café en agua, se disolvió como todo en algún momento. Un eterno retorno a lo parecido como lo había escuchado a Zaratustra decir en un libro para superhombres, como el tatuaje que gritaba eterno presente en su hombro en hebreo. Azul estaba mirando el cielo, parecido a sus ojos, cuando se le cayó un chal al piso mientras la miraba irse caminando. Ese tejido se fue desplomando con pereza de a poco, era una imagen de edificio construido corruptamente en temblor,  uno de esos relatos apabullantes simples de Murakami sobre desgracias que podrían ser las nuestras, ya pensaba demasiado.

Así estamos, emocionados, conmocionados, confundidos, viendo desplomarse las cosas hechas a medias, pero con nuevas esperanzas. En el fútbol también lo nuevo, el club Independiente, el más joven de la copa, es nuestra carta. Un equipo con muchos jugadores de esas zonas afectadas con el terremoto, de pueblos olvidados, que salen a jugar a la ciudad por hacer justicia social en la cancha, para gritar un gol que nos ayude a olvidar.

Recuerdo las sonrisas de su juventud, en esos momentos que logró aquietar su presencia, ese eterno presente, transcurrir más lento e importante, definitivo, como cuando se mueve la tierra desafiando al reloj para remover nuestras entrañas, nuestra percepción de segundos a veces eternos, para cerrar una puerta y otra abrir. Algo bonito surge en medio del caos de la cabeza, una foto de Ana o María, una familia recibiendo gente afortunada que los ayuda, bomberos globales, voluntarios locales, una desigualdad puesta frente a frente, una inolvidable amistad pasajera.

El club Independiente donará la taquilla de su partido de copa para proyectos en la zona del temblor. Esto creo que es el Wabi Sabi, tratar de entender esta belleza que a veces no recordamos, no captamos, que no es perfecta, como un encuentro romántico callejero con alguien que jamás volverás a ser, como el cariño a tu equipo en decadencia, como el corazón cuarteado de un superhombre en la cancha, en la casa, como el eterno retorno a lo imperfecto, al camino.