lunes, 25 de enero de 2021

De Neymar a Niemeyer

 La banca es una gran mejor maestra dicen los buenos formadores. No jugar duele. Esta gripe nos saca de la jugada de vivir. Nos aisla de la familia, del equipo mas importante. La historia se repite, da vueltas. Llega un diminuto ser, un virus enorme, invisible, letal, a enseñar algo.  Camus al de su época le hizo libro. Lo llamó La Peste, era la bubónica. Fue más horrorosa, morían niños sufriendo. Ese libro me acompaña en estos trayectos lejos de mi equipo. Me saca de la mente, pone mi corazón sobre ella, y siento a mi equipo muy cerca. 

Es enero y soliamos empezar el año pensando en la pretemporada de los equipos. Lo más importante no es ganar, es respirar. Nunca fue más precisa esa frase de algún erudito entrenador. Inhalo fe, exhalo preocupaciones. Inhalo presente, exhalo pasado. Invoco a todos mis maestros y a la maestra vida. Igual que ese genial portero y escritor Argelino, algo he aprendido observando como el balón y la vida dan vueltas. 

Recuerdo con saudade el día que el fútbol dejó de ser tan importante. Estaba en Brasilia, debutaba la selección de Ecuador en el mundial 2014. Yo habia tomado tres aviones, pasado por tres paises. Tras tres intentos de pasar la nevada cordillera que separa a Mendoza con Santiago y habia tapado el paso, pasé. Este retraso me permitió quedarme unos dias más con mis abuelos chilenos.  Ahora comprendo que esa nieve fue un regalo del cielo.  Luego, Atravesar la cordillera, autobus a Rosario de 30 horas, 1 baño de cataratas de iguazú, llegué a tiempo al último avión que me llevaría a Brasilia. Conocí la única capital planificada de sudamérica, ciudad futurista, construida a mediados del siglo pasado. De admirar a Neymar pasé a admirar a Niemeyer. Es un gran arquitecto brasilero que le puso las curvas de una cadera a las lineas rectas de la construccion moderna. Brasilia tiene forma de ave, y sus edificaciones principales curvas cómo chanfles. 

Llegué a un departamento pequeño pero muy acogedor de una chica que no conocía. Gracias a una pagina de viajeros de internet ella me ofreció hospedaje sin costo. Alguien que conocí en el aeropuerto me llevó hasta ahi como gratis también. En este mundo donde te dicen que el dinero lo es todo algo no encajaba. Lo que podía dar yo a cambio era una buena energía. Iba recargado de mis sueños de infancia de asistir a un mundial, el agua del Parana, de la nieve de Los Andes chilenos. LLevaba la energía del cariño de mi padre que me enseñó a amar este deporte. Llevaba la energia de un amigo que me regaló la entrada y el aventón de una familia que no dudó en acercarme al estadio.

Ecuador jugaba bien, atacaba, y su rival, Suiza, las pasaba mal. Empezamos ganando el primer tiempo y el publico brasilero estaba con nosotros.  Las oportunidades llegaban pero no concretabamos en el segundo. Suiza empató, y al final, después de que casi anotamos, en un contragolple, nos clavaron la estocada final y perdimos por 2 a 1. Tres goles, tres dias en Brasilia, tres decadadas de mi vida amando el fútbol casi llegando a su final. Un solo llanto. El estadio quedó vacío.  Dejé vaciar algunas emociones. El agua ahora salía de mis ojos que se limpiaban para ver claro. Me di cuenta que no es tan importante ganar en este juego. Había decidido viajar sólo, perderme, encontrarme. Me hallé solitario, en un estadio enorme, llorando por el resultado de un partido, sin agradecer todo lo demás. Entendí que el fútbol igual que el cine a veces nos ayuda a llorar por otras cosas. Lloraba por mi niñez ida, por no haber llegado más lejos como jugador, por el amor no correspondido, la familia que habia descuidado, los nervios del trayecto, pero tambien lloraba de alegría. 

Ese llanto lavó mi alma. La puso en los labios. Inhalé profundo. Salí del estadio agradecido de respirar. Encontré cientos de hinchas ecuatorianos y suizos en una plazita compartiendo juntos.  Comí arroz, frejol, bebí cerveza, cantamos el Aguacate, a Mi lindo ecuador, El alma en los labios. Bailé con un diabluma, conocí a Bruna la artesana.  Olvidé, recordé.  El balón es una excusa para vivir más cerca unos con otros.  

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