El otro día escuche ¡viva el muerto! en el cumpleaños del muerto.
Hoy Ecuador está muerto. Futbolísticamente fallecimos esta noche sin jugar, mirando. Dependimos de otros al final. Fue una muerte lenta de 90 minutos, injusta como todas. Fue una muerte de otros, de otros tiempos, de vidas ajenas, como esas que husmea la gente en internet o en un parque. Fue un empate medio transado entre incas y guaraníes que nos dejó fuera.
Fue al equipo juvenil de Vizuete con más cartel de los últimos tiempos al que le pasó esto, cuando todos sus partidos había jugado y dependían de Perú y Paraguay para seguir con vida. Un paraguay al que le habíamos ganado en el minuto 88 con gol de un defensa de Liga Cangá, y un delantero Parrales hijo de ex futbolista manaba, que militó en el Villareal de España y en el Nacional en los últimos dos años en su formación como juvenil. Esta sub 20 de Vizuete juega bien y por momentos es excelente, tiene varios jugadores de primera división. Hay abolengo, hijos de glorias como el de Pepe Pancho Cevallos o Robert Burbano. Cuatro están en clubes europeos, varios jugaron el mundial sub 17. Cevallitos es un gran mediocampista, una mezcla de lo mejor que ha producido esta tierra, un Hamilton Cuvi con visión, grandote y recuperador de balón como Nixon Carcelén o Alfonso Obregón, una garra a lo Edwin Tenorio, y cabeza fría como Segundo Alejandro Castillo. Jugadorazo. Un cinco que parece diez. Fue compañero de Pirlo. Pero estamos muertos en la cabeza.
La cabeza ha hecho y hará cosas buenas y malas por nuestro fútbol, ese no es el problema. Declaró Sixto Vizuete que el equipo viajó incomodo y jugó sin descansar contra el favorito para luego jugar a día seguido con todos los que venían descansados. Si y no. Lo que pasa es que el calendario le hizo jugar desde las gradas la última fecha. Lo que pasa es que Perú nos ganó bien o mal en la kancha y nos dejó afuera, porque todavía jugamos contra doce frente a Argentina y Paraguay, y esas cosas en el fútbol hace rato que no cambian por más de 16 años. Pero en esos detalles podemos dar ventaja. El resto es mérito de la cabeza y sus partes, del proceso, y de como es esto, porque así es el fútbol.
El famoso eso en fútbol se refiere a lo inexplicable que la mayoría de jugadores e hinchas atribuyen a Dios, la suerte, o a la vida. Aunque que en términos de equilibrio quizás representan una división, una pelea interno, una lucha que no permite la armonía, la que brinda resultados, un conflicto que se puede reflejar en una mala suerte que puede durar décadas, pregunten a Perú, Bolivia, Colombia, pregunten lo que dice Bielsa del éxito, la vanidad y disputas que genera.
Cuando Cangá le hizo el segundo gol a Paraguay el mundo estaba al revés como dice Galeano, Ecuador ganaba a última hora con gol de cabeza, de favorito pasaba a muerto a revivir con el Gol del jugador mas triste y enojado de la cancha, proveniente del equipo rival del presidente, un juvenil que había debutado en la selección absoluta y en Liga fue titular toda la primera etapa del último torneo, el capitán del equipo designado por Sixto, que le daba la razón una vez mas ante todos los que lo quieren ver fuera y creen ese discurso mediático que todo esta mal y se necesita algo nuevo, que estamos en nuestro peor momento, agonizando. Casi se nos muere el fútbol por de disputas internas entre dirigentes que se quieren arranchar el éxito, y por eso en esta ocasión merecemos quedar fuera, porque el fútbol, como muchos otros ámbitos donde hay poder, está fraccionado, enfrentado.
Pero Adelante, la vida continua, dijo Pepe Pancho por tuiter felicitando a su hijo y los cracks derrotados.
Escuché ¡Viva el muerto! justo antes que alguien lo grite en la fiesta del muerto esa vez en mi cabeza. Luego hoy cuando agonizaba el equipo de Sixto Vizuete injustamente, cuando la guerra mediática finalmente derrotaba a un puñado de guambras soñadores, con su capacidad de registrarse en el imaginario colectivo, en las energías del universo que conspiran en forma de azar en la cancha, esas ganas que tenia tanta gente que nos vaya mal.
jueves, 22 de enero de 2015
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Papa Noel: El Redondel del Ciclista
Despertamos por un estallido asustados. Pensé que estaba en Syria y me llamaba Mohamed, que era una de esas doscientas mil casualidades de esa contienda. Aquí también se dan bala los opositores y los seguidores del gobierno central, pero este estruendo vino de una fuga de gas de uso domestico, que probablemente se acumuló en una habitación hasta no caber más y volar, aqui cerca del estadio Atahualpa.
Las alarmas rompieron en llanto, los ventanales en añicos, cayeron al piso a las seis y cuarenta aproximadamente, mientras me acordaba donde vivo, quien soy. Me acordé de ese librito (librazo) azul y naranja que habla de poetas y guerreros chinos de O. Paz, que me hace pensar a Confucio confuso: La ciudad se parece tanto a la forma de vivir que seguro hay un arte que lo evidencia como una cacofonía. Podría ser el arte de la guerra de Sun Tzu, de la China de la pólvora, del premio y castigo moralista de Confucio. Rechazo esto como el poeta Chuang-Tzu, al que le repugnaba la arrogancia de aquellos que saben lo que es bueno y lo que es malo, instaurando el régimen del terror de la rigidez de conceptos, esa que formó el ideal de sociedad, esa del progreso que funcionó dos mil años. La otra opción es la del poeta Chuagn-Tzu, que planteaba una sociedad de seres ermitaños, oscuros, regida por la naturaleza y sin miedo a la muerte, fuera de la guerras de la polis, imposible.
Afuera de la casa soportamos el pasar de los autos a toda velocidad como en zona de guerra, volquetas, motos que pitan, perros callejeros y caseros, con el evento todo multiplicado por diez con curiosos, vecinos en pijama, el helicóptero de la policía sobre volando el área, sirenas de bomberos como música de fondo, ese sol que sale perezoso a las ocho.
Las escaleras del mirador bajan desde la calle Guanguiltagua hasta la Avenida Eloy Alfaro en un parque lineal de unos trescientos metros ubicado diagonal a la calle Correa, la que sube adoquinada desde el estadio. Las gradas donde el legendario boxeador ecuatoriano La Cobra Buitrón entrenaba con tobilleras de cuero con pesas subiendo y bajando mil veces desde la Av. Eloy Alfaro.
Estaba lleno de curiosos y canales de televisión por el edificio donde el estallido sucedió. Confirmo que al bajar ya no hay tanta vista como cuando La Cobra entrenaba, y los pecho rojo volaban en bandada. Quito era otro, una maravilla mundial de verdad. Ahora se bloquea el cielo o se dinamitan montañas por todos lados para construir algo moderno, funcional para los autos, y la ciudad que está en guerra con su pasado, se está gentrificando.
El redondel del ciclista era más que una geometría obsoleta para el mundo moderno, ese monociclo (escultura) gigante que uno veía la llegar a la ciudad rompía con todo el paisaje y el caos de una ciudad producto, nos daba esa breve ilusión que el auto(combustible) no es el ser supremo en la ciudad, sobrevivía esta guerra con arte.
Las alarmas rompieron en llanto, los ventanales en añicos, cayeron al piso a las seis y cuarenta aproximadamente, mientras me acordaba donde vivo, quien soy. Me acordé de ese librito (librazo) azul y naranja que habla de poetas y guerreros chinos de O. Paz, que me hace pensar a Confucio confuso: La ciudad se parece tanto a la forma de vivir que seguro hay un arte que lo evidencia como una cacofonía. Podría ser el arte de la guerra de Sun Tzu, de la China de la pólvora, del premio y castigo moralista de Confucio. Rechazo esto como el poeta Chuang-Tzu, al que le repugnaba la arrogancia de aquellos que saben lo que es bueno y lo que es malo, instaurando el régimen del terror de la rigidez de conceptos, esa que formó el ideal de sociedad, esa del progreso que funcionó dos mil años. La otra opción es la del poeta Chuagn-Tzu, que planteaba una sociedad de seres ermitaños, oscuros, regida por la naturaleza y sin miedo a la muerte, fuera de la guerras de la polis, imposible.
Afuera de la casa soportamos el pasar de los autos a toda velocidad como en zona de guerra, volquetas, motos que pitan, perros callejeros y caseros, con el evento todo multiplicado por diez con curiosos, vecinos en pijama, el helicóptero de la policía sobre volando el área, sirenas de bomberos como música de fondo, ese sol que sale perezoso a las ocho.
Las escaleras del mirador bajan desde la calle Guanguiltagua hasta la Avenida Eloy Alfaro en un parque lineal de unos trescientos metros ubicado diagonal a la calle Correa, la que sube adoquinada desde el estadio. Las gradas donde el legendario boxeador ecuatoriano La Cobra Buitrón entrenaba con tobilleras de cuero con pesas subiendo y bajando mil veces desde la Av. Eloy Alfaro.
Estaba lleno de curiosos y canales de televisión por el edificio donde el estallido sucedió. Confirmo que al bajar ya no hay tanta vista como cuando La Cobra entrenaba, y los pecho rojo volaban en bandada. Quito era otro, una maravilla mundial de verdad. Ahora se bloquea el cielo o se dinamitan montañas por todos lados para construir algo moderno, funcional para los autos, y la ciudad que está en guerra con su pasado, se está gentrificando.
El redondel del ciclista era más que una geometría obsoleta para el mundo moderno, ese monociclo (escultura) gigante que uno veía la llegar a la ciudad rompía con todo el paisaje y el caos de una ciudad producto, nos daba esa breve ilusión que el auto(combustible) no es el ser supremo en la ciudad, sobrevivía esta guerra con arte.
martes, 2 de septiembre de 2014
Hombre Nuevo
Por eso el Avila se fue a Australia. Porque en la tienda se cola en la fila un tipo con zapatos blancos con taco mientras una señora quiere pagar todas las cuentas de la familia que anotó en un cuaderno pero no entiende. Esa vez Ecuador jugaba y fui en el medio tiempo a la tienda para despejarme, despegarme, pero volví peor. Pensaba caminando de regreso de la tienda, se fue a Australia ese pana porque aquí la gente es una mierda y no respeta. Somos una mierda. Subimos autos a las veredas, Nos colamos en la fila de la tienda, del banco, en la parada del bus, nos peleamos entre peatones, ciclistas, autos, vecinos, taxistas sin vuelto.
Pero no es necesario irse al otro lado del planeta. Quizás es solo Quito el problema, una ambigua metrópoli pueblo. Uno pasa el primer peaje fuera, la gente ya no es tan de mierda. Uno para en Salcedo por un helado, bota el palito en un basurero en forma de payaso, sonriente. En la tienda se respeta la fila, que ni hay, ni alguien pagando cuarenta cuentas de luz, teléfono, agua, ni tipo con zapato de taco bajo blanco.
Hay que renovarse como Wellington Sanchez, jugador longevo con cuarenta que juega a gran nivel en nuestro balompié y es parte de la noticia grata del momento de nuestro torneo, tan venido a menos, tan en la mierda, que dan ganas de irse a Australia y ganarles cuatro a tres después de haber ido perdiendo tres a cero, por soberbios, por mierdas, en el primer tiempo. Porque cuando a uno se le muere un ser querido se siente tan salado que necesita un baño de agua bendita como esa de las cascadas que llevan nuestras penas saladas al mar.
Quizás el ¨viejo Willie¨ se bendijo con esa mística ancestral que vierten las cascadas alrededor del Tungurahua y por eso es un jugador nuevo, un hombre nuevo, el mushuc runa, que como el árbol más viejo da buena sombra al resto. Desafiando a la lógica del mercado como un árbol grande con raíces fuertes en una zona urbanizada. Quizás Wellington se renovó fuera de Quito, una ciudad moderna, donde todos tenemos auto y nos peleamos por las veredas con los peatones, nos gritamos, o las alarmas gritan, y nos colamos en la tienda saturada de gente que trabaja en oficinas de edificios que reemplazan a las casitas antiguas y con árboles con hormigón y espejos. Quizás esa veneración a la experiencia que la naturaleza nos enseña cuando las viejas orugas se convierten mariposas que vuelan en el tiempo es la que cerca de las cascadas le dio un último gran aliento a Wellington, le recordó que es de la generación de hombres nuevos que nos llevó al primer mundial en el futurista 2002 de Japón y Korea, que nació de la primera gran cantera de nuestro fútbol, esa que vio nacer otros árboles con raíces imponentes.
Pero pienso en mi barrio, en los viejos que se han ido, en el fútbol de hoy, ese que desecha a los veteranos como las ciudades a los árboles. Recuerdo con miedo a lo desconocido, el momento en el que vi al Tungurahua escupir fuego dos veces rugiendo, al recibirme, al despedirse, al recordarme el agua de la cascada renovadora, los árboles y los hombres viejos, inútiles para el fútbol, para la vida moderna.
Pero no es necesario irse al otro lado del planeta. Quizás es solo Quito el problema, una ambigua metrópoli pueblo. Uno pasa el primer peaje fuera, la gente ya no es tan de mierda. Uno para en Salcedo por un helado, bota el palito en un basurero en forma de payaso, sonriente. En la tienda se respeta la fila, que ni hay, ni alguien pagando cuarenta cuentas de luz, teléfono, agua, ni tipo con zapato de taco bajo blanco.
Hay que renovarse como Wellington Sanchez, jugador longevo con cuarenta que juega a gran nivel en nuestro balompié y es parte de la noticia grata del momento de nuestro torneo, tan venido a menos, tan en la mierda, que dan ganas de irse a Australia y ganarles cuatro a tres después de haber ido perdiendo tres a cero, por soberbios, por mierdas, en el primer tiempo. Porque cuando a uno se le muere un ser querido se siente tan salado que necesita un baño de agua bendita como esa de las cascadas que llevan nuestras penas saladas al mar.
Quizás el ¨viejo Willie¨ se bendijo con esa mística ancestral que vierten las cascadas alrededor del Tungurahua y por eso es un jugador nuevo, un hombre nuevo, el mushuc runa, que como el árbol más viejo da buena sombra al resto. Desafiando a la lógica del mercado como un árbol grande con raíces fuertes en una zona urbanizada. Quizás Wellington se renovó fuera de Quito, una ciudad moderna, donde todos tenemos auto y nos peleamos por las veredas con los peatones, nos gritamos, o las alarmas gritan, y nos colamos en la tienda saturada de gente que trabaja en oficinas de edificios que reemplazan a las casitas antiguas y con árboles con hormigón y espejos. Quizás esa veneración a la experiencia que la naturaleza nos enseña cuando las viejas orugas se convierten mariposas que vuelan en el tiempo es la que cerca de las cascadas le dio un último gran aliento a Wellington, le recordó que es de la generación de hombres nuevos que nos llevó al primer mundial en el futurista 2002 de Japón y Korea, que nació de la primera gran cantera de nuestro fútbol, esa que vio nacer otros árboles con raíces imponentes.
Pero pienso en mi barrio, en los viejos que se han ido, en el fútbol de hoy, ese que desecha a los veteranos como las ciudades a los árboles. Recuerdo con miedo a lo desconocido, el momento en el que vi al Tungurahua escupir fuego dos veces rugiendo, al recibirme, al despedirse, al recordarme el agua de la cascada renovadora, los árboles y los hombres viejos, inútiles para el fútbol, para la vida moderna.
jueves, 20 de marzo de 2014
miércoles, 12 de febrero de 2014
Mi bicicleta dice
La soñé. miles de historias dan vuelta una cabeza. en el parque la erosión confirma la huella humana. hay saltos donde pasamos por un lado desapercibidos, momentos que evitamos. la secuencia de hechos completa las horas para luego ser días. Una cadena gira con el piñón de una bicicleta. El comportamiento es resultado de la cabeza. intento pensar menos respirando cansado, con el trino de un pájaro, en el sendero enlodado, con el murmullo de la ciudad escondida atrás de los eucaliptos. Quiero ir tan lejos que me vuelva ajeno. Extrañar tus mierdas, no olerlas como perro. Sigo el camino para arriba para abajo. Me amortigua el lamento de un aire fresco mañanero, un rocío húmedo trasnochado. La ciudad es hermosa en el bosque. la naturaleza se impone al cemento. el himno debería ser el ruido de esmeriles, motores, bocinas. sigo mirando al macizo con respeto como niño. sueño ahora desde tres mil metros de altura en dos ruedas.
miércoles, 4 de diciembre de 2013
Mejor amigo
Solía irse a volver hasta el día que no. Pensé sintió ya lo ha visto todo en esta vida. Ese día era cualquiera. Llevaba encías usadas, cuerpo maltratado, cara pálida, cabeza confundida, parecía jugador de fútbol en su retiro. No llevaba su nombre el collar que le recordaba tenía hogar. Ese nombre de guerrero y artista que le pusimos cuando mi hermana me preguntó por el mejor jugador del momento. Ese que él no encontraba en su aventura por entender quién era, quién sería. Ese nombre del mejor jugador del año 2000 que le gritaban sus seres queridos buscaba. Ese nombre de estrella que se fue al equipo rival por millones de motivos. Pero él se fue con ese motivo noble pensé, como lo hacen los de su especie para no afectar a la manada. Intuyó alejarse para no complicar más a nadie con sus achaques, buscar un lugar propio donde descansar solitario. Prefería lo recuerden bajo ese auto de cachorro, o saltando en el parque, saludando con emoción a la familia. No con ese ladrar ronco o andar rengo de ahora. Pero volvió. Cuando menos los buscábamos, resignados. Misteriosamente, para recordarnos que lo inexplicable ronda la esquina, que la vida suele pasar en un minuto, que todavía le puedo decir viejo Figo. Ronco, ladró.
miércoles, 16 de octubre de 2013
El número once
El once no descansa en paz
porque ni la felicidad alcanza. Se ha equivocado la publicidad otra vez. Ya lo
dijo el bolillo antes de la felicidad. Observación obvia, aburrida para los
intelectuales: el deporte nacional acá es darle palo al que está arriba.
Pero no fue solo esa boca del bolillo lo que nos dio un pedazo de la torta en
la fiesta grande. Esa boca trajo el verso necesario para creer en nosotros,
pero también tragó canciones, balazeras, entre otras pasiones extremas
alrededor de este simple juego de pobres. Capitalizó 70 años de proceso
diciendo las cosas claras. Nos llamó por el primer nombre, ofreció papel
higiénico cuando lo necesitábamos. Su estilo gerencial fue hablar como obrero.
Sabemos
que no fuimos al primer mundial en 1930 por falta de fondos para el viaje, por
ser pobres. Y aunque ahora vamos por lo mismo, queda claro que desear no es
suficiente. El once supo y sabe que antes de la motivación llegó el proceso de
profesionalización desde los Balcanes. Vivió de cerca como hijo de una gloria
del fútbol local sin mayores logros esa etapa donde jugábamos lindo pero no
ganábamos. Su padre, fue el primero en cruzar el charco para jugar en el Jerez
de La Frontera en España, y le hizo un gol a Uruguay en 1989 en la Copa América
de Brasil que nos trajo al futuro rico.
LLegó futuro mejor, se fue el pasado
nostálgico, ese pasado en el que en 1965 estuvimos cerca de llegar a Inglaterra
1966, en el que tuvimos al mejor goleador del continente haciendo goles para
los uruguayos, en el que nos robaron partidos importantes como finales de copas. Esa selección de jugadores como Benitez, silvestres jugadores de fines de los ochenta, se
impuso a disputas regionales absurdas, a su lucha interna por ser
profesional a tiempo completo, por demostrarle al país que ser pelotero no es ser vago infame fumón y desgraciado. Así lo demandaba la mano fuerte de Dusan. Dicen, a la mala entendemos.
Dusan es Drascovich, formador balcanico de jugadores que llegó en épocas que traíamos israelitas expertos en defensa, sabía de guerras entre hermanos y de biomecánica. Pisó este suelo fértil con una cinta métrica mágica, con unas
palabrotas de aliento en la boca. No supo de regiones ni colores, se fundamento como buen científico en las valencias físicas. El planeta fútbol entero había puesto ojos en la Yugoslavia de los ochenta fue campeona mundial juvenil y predecía el fútbol híbrido futurista
de técnica latina combinado con fuerza de la ciencia, exportaba soñadores
técnicos y le llamaban la brasil europea. El Dt montenegrino cuando llegó a Ecuador puso a correr(trabajar) al talentoso Aguinaga y al más técnico cerca de
su arco, a un Ivan Hurtado de 16 años. Se ordenó de atrás hacia adelante con obreros, al
goleador Byron Tenorio también lo volvió defensa para asegurar el juego aéreo, retrasó al delantero del momento, el frentón Muñoz. Valoró el aspecto físico, implantó la polifuncionlidad, trabajó en la
formación de goleros y reforzó el aspecto mental de jugadores como un Agustin Delgado, joven
delantero que recién cuajó una década más tarde con una inolvidable camada que hasta fue tildada de extraterrestres, con Kaviedes .
Ayer
frente a Chile en las eliminatorias a Brasil 2014 ganamos perdiendo. Es
verdad, la maldita bendita pelota es caprichosa como la vida, el marcador
siempre es algo subjetivo al final, así como ninguna cifra relata una vida. Lo aritmético de este deporte puede
explicar quién ganó pero no realmente porqué. Hay algo mas importante que
ganar y es querer ganar, pero nos demoramos casi un siglo en encontrar como
hacerlo.
Algunos
de este equipo nacieron cuando la formula ya existía y volverán a un Brasil que
los vio campeones Panamericanos juveniles y de clubes en este futuro mejor pero
no tan distinto. Clasificamos por goles no recibidos, anotando menos pero
ahorrando mas, revolviendo la formula original de Dusan. Sin embargo, como la
publicidad indica y desea, creemos que estamos en crisis y aún queremos mas y
mas. Por eso romántica la formula matemática que nuestro fútbol practica con
Rueda. Hay un equilibrio en el deber y haber, una forma de alcanzar la
felicidad abrazando la realidad propia, adquiriendo poco pero cuidando y
valorando mucho lo que se tiene.
Su consuelo será vernos en Brasil otra vez deseando más, sabiendo que él ya está en ese lado del que no sabemos nada pero todos vamos, sin importar esos números que ahora nos representan.
http://www.youtube.com/watch?v=teiPGy2byI0
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